El diván del poeta

jueves, mayo 25, 2006

Y tú, ¿cómo te llamas?

¿Y qué más da el nombre que se ponga al recién nacido, si luego le dirán, "quiyo", "pisha" o "tito"?...
En la pila bautismal se adquiere el nombre que alguien decide poner y, de rebote, la "personalidad" que la esencia de ese nombre confiere. Y eso es así, de por vida. Pero no será cosa tan banal cuando son muchos los que, no contentos con el nombre "adjudicado", se lo acortan cambian o extranjerizan.
Cuando dos desconocidos se presentan dicen su nombre, o el nombre con el que se sienten identificados: "Me llamo José"/ "Y yo Emilia". Otra cosa es que por una relación personal, profesional, o amistosa, se añada: "Pero puedes llamarme Emy", o que su madre la llame "Emilita". Connotaciones...
En el acto de nominar tal vez influyan factores como la cortesía, la afectividad o un intencionado distanciamiento. Entonces no sería de recibo que el recién conocido lo modifique a su criterio: "Encantado, Mili, pues a ver si quedamos un día de estos"... Casi seguro que esta mujer ya se haya formado una idea, errónea o no,de su interlocutor.
De modo que el nombre es a su dueño como su dueño a él. Es decir, con dos Isabeles en el grupo o lugar de trabajo, se añadirá algún calificativo diferenciador: la rubia, la más alta...
También basta con que una diga: "Podéis llamarme Isa". Así, si alguien pronuncia "Isabel", seguramente tan solo una de ellas responda. Y se terminará asociando un nombre a un rostro concreto.
Por eso, si a Carmen le gusta su nombre (por lo que signifique, por cómo suena, porque es su tarjeta de identidad...), que nadie se tome la libertar de llamarla "Maika", o "Mamen", o "Carmencita", porque seguro que "esas" no son ella.
Luego está esa colpa que reza: "Como me quieras llamar, me tengo que conformar".
Pero, ¿se acomoda esto a la realidad?.