El diván del poeta

martes, julio 25, 2006

La naturaleza por dentro


Seguí mi camino y avancé por las mudas escalinatas de la iglesia por ver si se me movía el ánimo. Los árboles tampoco quisieron distraerme de la vereda de la evocación. De pronto sentí la urgencia de detener mi caminar para respirar profundamente. Había sentido, quizás por el efecto umbroso de la arboleda, que te tenía a mi lado. Este desvarío provocó en mí una chispita de nostalgia. Ya sabes cómo se manifiesta el engaño de los sentidos: es la borrachera del alma, que envuelve y paraliza. Pero no era el parque, con su vegetación desinteresada, lo que estaba en penumbra, sino yo. Algo similar a lo que sucede con esas fotos hechas a contra luz, cuyo resultado es una silueta negra que deja ver, detrás de su opaco cuerpo, toda la claridad de afuera.
Había muchas hojas de color verde, algunas amarilleaban ya, en medio de un tono marrón seco. Muchas hojas caídas sobre el suelo destemplado, jugando a enredarse, ignorando que con su maniobra tejían un tapizado otoñal que abrigaba a la tierra desnuda.

Como no quería yo que me agarrara ese dolor mundano del hundimiento espirutual, di media vuelta y regresé a refugiarme entre los muros del lamento en que se han convertido las cuatro paredes de mi habitación.