El diván del poeta

jueves, octubre 12, 2006

EL FIN DE SMILLY


Todos los veranos, desde hace cinco años, tengo una semana, la primera de agosto, reservada para mí. No se trata de poner tierra por medio, eso lo intenté en dos ocasiones y con la distancia fue aún peor. Así que, ahora me encierro en mi casa con sonidos chill-out y bajo el placer de los diecisiete grados del aire acondicionado.
Esto, digo, es ahora; porque antes, cuando ella se marchó de vacaciones a Grecia durante toda una semana, soportábamos los treinta y muchos grados de procedencia sahariana que no bajaban ni de noche. Y no le importó dejarnos solos en esas condiciones. La muy tacaña... No quiso que instaláramos el aire acondicionado a pesar de que los meteorólogos habían avisado de que las temeperaturas serían muy altas ese verano; el verano más caluroso que se conocía desde hacía muchos años.

-Aquí perecemos -le dije-. Estamos solitos; nadie se ocupa de nosotros. Tenemos que comer y beber...

Tenía dieciocho años, dos menos que yo; pero siempre había estado a mi lado. ¡Pobre gatito!... Él confiaba en mí y yo no supe cuidar de él.

Por eso me aterra el verano; porque temo que cualquier mes de agosto, atontado por delirios de chicharra, pueda volver a repetir: "Aquí perecemos, Smilly".


1 Comments:

Publicar un comentario

<< Home