Historias con las mujeres
Historias con las mujeres me llevan a vivir una vida tapizada de matices, de nombres y adjetivos nuevos. Lo que antes era blanco, negro, verde o azul, desde que estoy con ellas se transforma en marfil, gris pizarra, turquesa o marino. Cuando estaba triste, enfadado o nervioso, resulta que añoraba, estaba enojado o asustado porque me superaban los problemas. Si tenía dolores, sufría; si aprobaba un examen, estaba capacitado; si ascendía puestos en el trabajo, me lo merecía... Si un niño lloraba, las mujeres me enseñaron que los mismo brazos que las aman servían para tranquilizarlo. Si me invadía la pena, yo podía llorar sin menoscabo de mi aspecto. Las mujeres notan un cosquilleo en el estómago, y significa que se ha activado su señal de alarma. Ellas tienen el cuerpo esculpido para que infantes y amantes encuentren placer, descanso o protección. Te lo prestan, por amor y, en ocasiones, también por amor, lo venden. Lo roban algunos, a veces, para arruinarlo, sin reparar en que tienen las mismas curvas que los cuerpos que los mecieron cuando niños. Mis historias con las mujeres me enseñan y me pierden; me apasionan y me enajenan; me dan la vida, o... me la quitan. Con ellas se vive bien y mejor se duerme. Se convive por igualdad y se disfruta por oposición. Hay quien ve en ellas tanto poder que necesita degradarlas a un segundo plano, humillarlas. Solo así, algunos hombres proyectan su Tótem durante siglos, no vaya a ser que, como todas las cosas que dejan de ser útiles, desaparezcan con el tiempo. |